En los años de la guerra fría, siguiendo las directrices del Komintern para socavar el sistema occidental, los comunistas españoles, como los del resto de Europa, establecieron una doctrina pacifista que, desde el principio tuvo en España, un carácter antimilitarista, por oposición al franquismo que tildaban de régimen pretoriano. Estos comunistas nostálgicos de ahora mantienen la misma anacrónica tesis de que existen las guerras, porque existen armas y militares. Y, no nos engañemos, el “no a la guerra”, no es una postura pueril ante el terrible acontecimiento que supone la invasión de un país soberano. En la batalla cultural que se libra en estos momentos por parte de los antisistema, ese “no” a la guerra, encierra una equiparación desvergonzada del agredido con el agresor. Y, quizás, pueda también responder a unas altas directrices de quienes llevan tiempo intentando subvertir el orden de valores occidentales.
La apelación a la diplomacia pierde sentido ante quienes han desencadenado el conflicto de forma contundente, unilateral y terrible al que asistimos horrorizados en directo. Es increíble que se ataque a civiles que huyen con sus pertenencias, o se bombardee hospitales, guarderías o mezquitas e iglesias.
En España hay una evidente decadencia del patriotismo y este podríamos evaluarlo como el interés de una sociedad por defender sus valores, su idiosincrasia, su forma de vivir en paz. Y el término defender nos lleva a la predisposición de hacerlo frente a un supuesto enemigo que pretenda conculcar ese orden social. Para ello la sociedad debe tener una predisposición, una conciencia social que debe alimentarse con la llamada cultura de defensa y es aquí donde fallan las sociedades occidentales y, en especial la española.
Más por desgracia que por suerte, es entorno a la guerra o las revoluciones como se han forjado, históricamente las naciones. Frente a un enemigo injusto y sanguinario es donde se va configurando el imaginario colectivo de la Patria y su necesidad de defenderla. Por eso cuando no existe ni enemigo ni nación, como en el caso de los independentistas catalanes, no tienen ningún problema en inventárselo, con su falso héroe incluido.
España no ha sufrido ninguna agresión externa desde 1808, ni participó en las dos guerras que asolaron al mundo en el siglo XX. Para colmo, las guerras de independencia americanas, así como las carlistas y la civil de 1936 a 1939, se riñeron entre hermanos. A esto habría que unir la falta de percepción de amenaza y la confianza en los organismos de defensa internacional en los que estamos incluidos. Tampoco puede olvidarse la acción sobre la educación de los niños en aquellas regiones de España en los que gobiernan independentistas. No se puede defender lo que no se conoce y aprecia y, mucho menos si se consideran oprimidos por el Estado.
El resultado es que los españoles tenemos una conciencia de defensa de las más bajas del mundo. En la encuesta publicada en 2019 por Gallup sobre la disposición de los ciudadanos para ir a la guerra por su país, España con un 21% de respuestas positivas se situaba en el furgón de cola. Es interesante constatar que Marruecos figura en primer lugar en la encuesta de Gallup. Nada menos que el 94% de la población marroquí daría la vida en defensa de su país. Es de destacar, como los más propensos a inmolarse por su independencia son los países que sienten la presión de Rusia, como Azerbaiyán (85%), Georgia (76%) o Finlandia (74%), algo menos Ucrania con un 62%. Pero un dato importante y de plena actualidad de esta encuesta es el de la propia Federación Rusa, en el que el 59% de sus encuestados se manifiesta dispuesto a ir a la guerra por su país. Probablemente Putin infravaloró este dato, así como la capacidad combativa y de resistencia de los ucranianos. La moral del combatiente es fundamental en un conflicto armado. De ahí que la estrategia de Putin se basara en una operación rápida intensa de castigo y ahora se vea abocado a prologar la destrucción buscando doblegar la voluntad de los ucranianos al tiempo que lanza un mensaje a los demás pueblos que constituyeron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y a Europa. Pero esta demostración de fuerza está costando demasiadas vidas.
Hay quien piensa que, como hicieron los franceses ante el empuje alemán, los ucranianos debían dejar el paso libre a Putín, pero el heroico ejemplo de estos está sirviendo, no sólo para despertar el ansia de libertad frente a la injusta presión, sino para que los europeos sintamos que esa libertad no está asegurada y, además, tiene un precio. Putin ha conseguido despertar ese sentimiento moral y patriótico del que hablaba Stuart Mill que hace que merezca la pena resistir al agresor con la guerra, si es preciso. Esperemos que los españoles sientan esta conciencia de defensa y doten a sus Fuerzas Armadas de medios suficientes para desarrollar su labor. Sin duda estamos en el momento en que España tiene los militares mejor formados de su historia, pero no dotados de los mejores medios.
Cuantos millones de muertos se habrían evitado si a Hitler se le hubiera parado los pies cuando comenzó a violentar fronteras.