UNA LUCHA ENTRE DOS RAZAS
Exmo. señor:
Muy señor mío. Los Ministros Plenipotenciarios de Méjico y de Costa-Rica en Guatemala, Sres. D. Juan Nepomuceno de Pereda, y D. Nazario Toledo me invitaron para que concurriera a una reunión particular que deseaban tener en mi presencia, con el objeto de tratar acerca de los peligros que amenazan a Centro-América y en general a todos los Estados hispano-ame- ricanos, y sobre los medios más conducentes a asegurar su independencia para el porvenir. Atendido el carácter privado de la conferencia no hallé inconveniente en asistir, como lo veri- fiqué el 25 del pasado Mayo. En ella manifes- taron dichos dos Señores que la invasión cada día creciente de los Estados Unidos en el terri- torio ocupado por los pueblos hispano-ameri- canos habrá tomado ya todos los caracteres de una lucha entre las dos razas: que en tal con- cepto la hispano-americana debía proponerse seriamente y desde luego la cuestión de su futura existencia y adoptar las medidas nece- sarias para su conservación y común defensa.
El fragmento reproducido forma parte del Despacho no 30, fechado en Guatemala el 30 de junio de 1856, que Facundo Goñi, Encargado de Negocios y Cónsul General de España en Costa Rica y Nicaragua, envió a Madrid. El escrito reflejaba la realidad que se abrió paso después de la cristalización de unas naciones políticas a cuya consti- tución no fueron ajenas las maniobras de agentes como el masón yorkino Joel Robert Poinsett, nombrado Cónsul General de los Estados Unidos para Buenos Aires, Chile y Perú en 1810. Apodado El azote del continen- te, Poinsett, después de abandonar forzosa- mente Sudamérica, continuó con sus labo- res en el México en el que Agustín Iturbide trataba de retener algunos de los rasgos -catolicismo y lengua española principal- mente- característicos del virreinato de la Nueva España. En plena efervescencia de la Doctrina Monroe, compañera inseparable del Destino Manifiesto, los Estados Unidos de Norteamérica habían puesto ya sus ojos en las tierras norteñas de México.
En 1819, dos años antes de la proclamación del Plan de Iguala, que unió a las fuerzas realis- tas a las insurgentes, Moses Austin obtuvo un permiso por parte del Gobierno español para asentar en Texas a trescientas familias cató- licas. Aunque, en ese año, los Estados Unidos reconocían la soberanía española sobre este territorio, el filibusterismo, aprovechando la inestabilidad reinante, desembarcó en Texas de la mano de James Long. Ultimado Long por las guarniciones españolas, el naciente México dio 30.000 hectáreas a Moses Austin. Pronto, las familias de colonos estadouniden- ses que, por otro lado, servían para desocupar a los indios, abandonaron su fingida catolici- dad para dar paso a su realidad protestante. A partir de entonces, el flujo de colonos fue incesante. En 1834 ya había en Texas 20.000 inmigrantes estadounidenses, algunos de los cuales habían llevado hasta allí a sus esclavos, frente a 5.000 mexicanos. Al sueño de Haden Edwards de fundar en Texas la república de Fredonia, topónimo fuertemente ideologiza- do, le sucedió la oferta de compra de Texas por parte del presidente Andrew Jackson. Mientras los colonos seguían llegando, yugu- lada la vía comercial, brotó una revuelta que dio paso a un enfrentamiento bélico que, tras casi una década de independencia, concluyó con la incorporación de Texas a los Estados Unidos en diciembre de 1845.
Tras dejar su impronta en Texas, el filibus- terismo azotó Centroamérica, mostrando la cruda realidad de un imperialismo cuya ins- piración teológica, pero también racista, alla- naba moralmente las acciones depredadoras de individuos como William Walker, motivo de honda preocupación para los ministros que se reunieron en Guatemala con el diplomático navarro. De entre los participantes en aque- lla reunión llama poderosamente la atención la trayectoria vital de Pereda. Una pincelada biográfica sirve para comprender mejor de qué ambientes y en torno a qué colectivos surgieron unas naciones que, a pesar de su búsqueda de legitimidades prehispánicas, se asentaban firmemente en las estructuras imperiales o en los restos de estas. De estas estructuras o, mejor dicho, por el tránsito por ellas, surgió Juan Nepomuceno de Pereda, primo del autor de Peñas arriba.
Nacido el 20 de mayo de 1802 en Comillas y tempranamente instalado en la Nueva España que vivía sus últimos años como parte del Imperio español, Juan Nepomuceno Pereda se vio afectado por el decreto de expulsión de los españoles peninsulares. Esta disposición le obligó a abandonar México en marzo de 1828, estableciendo su residencia en Burdeos durante cuatro años. Aunque España no reco- noció la independencia de México hasta 1836, Pereda retornó en 1832 para retomar sus ac- tividades comerciales, ante su ingreso en el nuevo cuerpo diplomático mexicano, ávido de personas capaces de moverse en tan deli- cados ámbitos. Su éxito en estas tareas hizo que el 17 de agosto de 1836 fuera nombrado vicecónsul de Venezuela en México. Un año más tarde ascendió a cónsul, cargo que man- tuvo hasta 1842, cuando retomó su naciona- lidad mexicana después de renunciar a su cargo. Como se puede apreciar, el biográfico paréntesis nacional no le impidió moverse por lo que Gustavo Bueno calificó como “restos del naufragio del Imperio español”.
El 20 de octubre de 1846, a Juan Nepomuceno de Pereda le fue confiada una misión secreta ante el gobierno de Bélgica. El encargo con- sistía en armar buques en corso y actuar con- tra la marina mercante de los Estados Unidos, justo un año después de que Texas se incor- porara a una nación a la que un año antes, el periodista irlandés John L. O ́Sullivan, había dotado de un rótulo, «Destino manifiesto», que sirvió de coartada ideológica expansionista, pues, según O ́Sullivan, la Providencia había dado el continente a los Estados Unidos. De la conjunción de la Doctrina Monroe, enun- ciada en 1823 y del Destino Manifiesto, se- parados por apenas dos décadas, surgió un particular tipo de expansionismo, vinculado a una particular idea de democracia, que se hizo sentir en las nuevas repúblicas, en la Cuba que dejó de ser española en 1898, adoptando la estrella solitaria en su bandera y a lo largo del siglo XX, cuando el influjo de la Revolución Soviética se hizo sentir en el continente. Frente al inicio de este proceso dieron la voz de alarma Pereda y sus compa- ñeros de reunión en 1856, estableciendo un corte entre dos razas enfrentadas.
¿CUÁNDO SE COMENZÓ A CELEBRAR EL DÍA DE LA HISPANIDAD?
Aunque el término «Hispanidad» acumulaba siglos de antigüedad, a principios del XX se retomó. Unamuno lo utilizó en 1910 en un ar- tículo publicado en el periódico argentino La Razón. Durante esa década y la primera mitad de la siguiente, el periodista Eugenio García Nielfa lo empleará con frecuencia. Por su par- te, el rótulo «Fiesta de la Raza», que venía a reafirmar, de manera laudatoria, uno de los bloques antagónicos de los que se habló en Guatemala, echó a rodar en enero de 1913, en un documento elaborado por la asociación Unión Ibero-Americana de Madrid, por inspira- ción de su presidente, el exalcalde de Madrid y exministro Faustino Rodríguez San Pedro:
Fiesta de la Raza. Es aspiración fomentada por la Unión Ibero-Americana, y para cuya realiza- ción se propone efectuar activa propaganda en 1913, la de que se conmemore la fecha del des- cubrimiento de América, en forma que a la vez de homenaje a la memoria del inmortal Cristóbal Colón, sirva para exteriorizar la intimidad espi- ritual existente entre la Nación descubridora y civilizadora y las formadas en el suelo ameri- cano, hoy prósperos Estados. Ningún aconteci- miento, en efecto, más digno de ser ensalzado y festejado en común por los españoles de ambos mundos, porque ninguno más ennoblecedor para España, ni más trascendental en la historia de las Repúblicas hispano-americanas. De no ha- ber sido ineludible el amoldarse a la organiza- ción oficial de los agasajos que se celebraron en honor de los Delegados ibero-americanos en las fiestas del Centenario de Cádiz, se hubiera celebrado el té con que les obsequió la Unión el día 12 de octubre en vez del 13, pues tal era el propósito de nuestra Sociedad, el de hacer coin- cidir con esta fecha el honor de recibir en ella a los emisarios ibero-americanos.
Haciendo un guiño a la Constitución 1812, pues se ha- bla de «españoles de ambos mun- dos», el texto ha- bla de «prósperos Estados», o lo que es lo mismo, de la realización efectiva de las tesis de Juan Ginés de Sepúlveda. Al cabo, aquellas sociedades habían alcanzado la ma- yoría de edad y la tutela española era innecesaria. Sea como fuere, el tex- to, a pesar el uso del vocablo «raza», está exento de lo que comúnmente se entiende por racismo, tal y como muestra la frase –«la intimidad espiritual existente entre la Nación descubridora y civilizadora y las formadas en el suelo americano»– en la que el término «espiritual», no exento de conno- taciones religiosas, podría sustituirse por «cultural».
La primera celebración de la Fiesta de la Raza se hizo el 12 de octubre de 1914. Cuatro años después, Antonio Maura la convirtió en nacio- nal, pasando a denominarse Fiesta Nacional de España hasta que, en 1958, se transfor- mó, mediante decreto de la Presidencia del Gobierno, en el que se reconocen los méritos del presidente argentino, Hipólito Irigoyen, que en 1917 había decretado el 12 de octubre como Día de la Raza, en Día de la Hispanidad. Antes de su conversión en un evento oficial se dieron otras celebraciones de menor esca- la. Así, el 12 de octubre de 1915, según contó el sacerdote Zacarías de Vizcarra, se celebro el Día de la Raza en la Casa Argentina de Málaga. Este acto nos conduce a la dimensión argen- tina de estas con- memoraciones, a su «argentinidad», por emplear un término también de raigam- bre unamuniana. A finales de la década de los 20, Vizcarra propuso sustituir el vocablo «Raza» por el de «Hispanidad» que ya circulaba, por ejemplo, de ma- nos del socialista Luis Araquistain, de Ramiro de Maeztu y que, más tarde se- ría usado por Juan Domingo Perón.
Miguel de Unamuno en el balcón de su casa en la salmantina calle de Bordadores (1933). Fotografía de Cándido Ansede.
Instituida la festividad, en 1932, con mo- tivo de la celebración en Uruguay de la VII Conferencia Panamericana, a iniciativa de la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou, se impulsó un concurso para dotar de una ban- dera a la Hispanidad. El ganador del mismo fue el capitán de artillería uruguayo Ángel Camblor, que, a los símbolos, tres cruces púr- puras sobre un sol naciente que se recorta en un fondo blanco, añadió el lema Justicia, Paz, Unión, Fraternidad. La bandera fue izada por primera vez el 12 de octubre en Montevideo y se extendió con rapidez por las naciones his- panas gracias a una sucesión de decretos gu- bernamentales, llegando a ser jurada en las escuelas públicas mexicanas. En la obra La bandera de la Raza (1935), Camblor expresó con precisión lo que entendía por raza: «Decir Día de la Raza es como decir día de la familia. Pero bien es sabido es que jamás nadie ha po- dido ver en esa denominación afinidad algu- na antropológica, o étnica, es decir, cuestión física. Nosotros no consideramos más que la mora: una raza compuesta por la levadura de indios y españoles; hombres y mujeres venidos más tarde de todas las regiones de la tierra. Es la raza sociológica, más del alma que de los huesos».
Casi un siglo después, olvidada la bandera de Camblor, otras -véanse la wiphala andina o la wenufoye mapuche-, marcadas por un particularismo racista al que, en este caso, han contribuido decisivamente determinados antropólogos capaces de discriminar entre quién es y quién no, indígena, se han abierto paso amenazando, incluso las enseñas nacio- nales. Ante estos proyectos de cuarteamien- to de la plataforma hispánica, la lucha entre dos razas que hace casi dos siglos alarmó a los reunidos en Guatemala amenaza con con- vertirse en una lucha plurirracial ante la que se frotan las manos los nuevos filibusteros, apoyados por todos aquellos que cada 12 de octubre afirman, extáticos, no tener nada que celebrar.
Bandera de la Hispanidad diseñada por Ángel Camblor. Fuente: Wikipedia.org.
BIBLIOGRAFÍA
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Navarro Crego, Miguel Ángel, El violento far- west y sus armas. Historia negra, leyenda rosa, Ed. Edaf, Madrid 2023.