Artículo original de: El Debate
Por Luis Guillermo Echeverri Vélez
El presidente de Global Center for Human Rights (GCHR), Sebastián Schuff, participó este fin de semana en el 25º Congreso Católicos y Vida Pública, organizado por la Fundación CEU y la Asociación Católica de Propagandistas. El argentino lidera una organización dedicada a «construir y consolidar una nueva generación de tomadores de decisiones dispuestos a defender la vida, la familia, la libertad religiosa y la democracia», y en esta entrevista aborda temas como el avance del aborto en Latinoamérica, la colonización ideológica o el papel de la Iglesia en este debate.
–La entidad que preside se dedica a monitorear el trabajo de organismos como la ONU o la Organización de los Estados Americanos (OEA). ¿Por qué cree que esta tarea es necesaria?
–Porque estos organismos fueron creados para promover la paz, la seguridad, la democracia, el desarrollo y los derechos humanos, pero no han cumplido estos objetivos. En cambio, sí se han vuelto muy efectivos y eficientes en la propagación de una agenda radicalmente agresiva contra la mayoría de nuestros pueblos y culturas. Esta tiene que ver con una visión antropológica distorsionada, que sostiene la ideología de género como base de la persona humana, defiende la restricción de la libertad religiosa y considera el aborto como un derecho universal, sagrado e irrestricto.
–En lo referente al aborto, uno de los casos que GCHR tiene abiertos ahora mismo es el de Beatriz, que se está juzgando en la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). ¿En qué consiste y por qué es importante?
–El caso Beatriz es importante porque puede ser la punta de lanza que siente precedente y consagre el derecho en muchos países de América Latina y el Caribe. Actualmente, solo tres de los 35 países del continente americano permiten el aborto en su legislación, más allá de casos excepcionales. En EE.UU., las cifras del negocio del aborto han bajado en 24 estados desde el fallo Dobbs, y los lobbies abortistas necesitan abrir nuevos mercados. En Latinoamérica han puesto los ojos en este caso, en el que, por otro lado, no hay nada jurídicamente, pero tiene todas las cuestiones sentimentales que lo vuelven un caso emblemático. Beatriz era una mujer pobre y enferma que estaba gestando a una niñita discapacitada, y la engañaron arteramente diciéndole que iba a morir si no se practicaba un aborto. Finalmente, dio a luz a su hijita –Leilani, que vivió poquitas horas antes de fallecer– y murió, pero no murió por el embarazo, sino cuatro años y cuatro meses después, en un accidente automovilístico. La narrativa, no obstante, es que murió por no realizarse el aborto. Es muy importante estar alerta, porque el derecho a la vida está en peligro en cada una de las naciones americanas.
–Neydy Casillas, vicepresidenta de GCHR, decía en una entrevista reciente con Aceprensa: «Sinceramente, vemos a Europa como colonizadores. De forma constante, se entromete en cuestiones que afectan a nuestros países».
–Fue el Papa Francisco quien puso sobre la mesa el concepto de «colonización ideológica», hablando justamente de la acción de países desarrollados sobre países en vías de desarrollo. Yo veo que los países europeos emplean dos formas de hacer avanzar esta agenda. Primero, en el hecho de que la ONU la Unión Europea negocia como bloque en el 99 % de los casos, lo que es un problema cuando los temas son los equivocados. Y segundo, poniendo muchísimo dinero en órganos como la CIDH. España –o el Gobierno de España, mejor dicho– es de los que más da, a través de la Agencia para la Cooperación Internacional y el Desarrollo.
–Ha participado en el 25º Congreso Católicos y Vida Pública con la ponencia ‘Organismos internacionales y descristianización de los pueblos’. ¿Son dos conceptos que van ligados?
–Sí, en el marco que planteaba Chesterton, de que el modernismo se caracteriza por las verdades cristianas que se han vuelto locas. Igualdad, equidad, solidaridad… Es un lenguaje que no existía antes del cristianismo, pero hoy en día se han vaciado de contenido, se han secularizado y se han convertido en valores absolutos. Esa es la descristianización, que sucede cuando se pierde como referencia social la ley divina, y los conceptos permanecen como una nueva moral religiosa, pero totalmente secularizada.
–Critica a menudo la manipulación lingüística que tiene lugar en estos organismos, en los que –por ejemplo– en lugar de «aborto» se dice «salud reproductiva integral».
–Claro, ¡pero el aborto no tiene nada de salud ni de reproducción! Tampoco se habla de homosexualidad, sino de «orientación y expresión de género». Son todos términos que parecen bonitos y simpáticos, pero en realidad… Pienso que es una de sus tácticas más exitosas, y explica la paradoja de que sistemas jurídicos, culturales y religiosos totalmente distintos tengamos las mismas palabras y conceptos metidos en todas nuestras leyes.
–Lo que estamos hablando está relacionado con la polémica en torno a la Agenda 2030. ¿Un católico puede asumirla, o rescatar las partes que no estén contra la doctrina de la Iglesia?
–Pienso que el catolicismo nunca se expandió ni se hizo fuerte negociando con los poderes, sino diciendo la verdad frontalmente. Por eso atraía. Más que tratar de bautizar una agenda que de plano ya está mal parida, que tiene intrínsecamente esas semillas del mal —en contraposición a las semina Verbi, o «semillas del Verbo»—, hay que decir la verdad. La Agenda 2030 es un combo, y cuando uno va al McDonalds no puede decir: «Dame un combo pero sin papas ni gaseosa», no, le van a dar el combo entero. Y a los católicos que tengan dudas, les recomiendo ver qué negoció la Santa Sede en la elaboración de la Agenda 2030, porque tuvo una postura muy clara, liderada por el que hoy es Nuncio Apostólico en España, monseñor Bernardito Auza. Creo que los católicos, más que la Agenda 2030, tendríamos que empezar a plantearnos nuestra propia Agenda 2033, que son los 2.000 años de la Redención de Nuestro Señor Jesucristo.
–Ustedes trabajan por contrarrestar estas tendencias, ¿creen que hay esperanza de revertirla o la batalla está perdida?
–Hay esperanza porque cuando entra la luz las tinieblas huyen. Nosotros entrenamos a los legisladores, les decimos: «Le voy a mostrar un problema que no sabe que tiene». Ellos en ningún momento han delegado su potestad legislativa en estos organismos, así que les alertamos y les formamos para que retomen su poderío, para que hablen con sus cancilleres y embajadores y les digan: «Usted no puede decir lo que quiera en los salones de negociación de la OEA o la ONU, tiene que respetar las leyes nacionales y la voluntad de los pueblos». Y hemos conseguido cosas. En la última Asamblea General de la OEA, celebrada en Washington, pudimos sacar todo lo malo de las resoluciones: fue un hecho sin precedentes que muestra que, con buen trabajo y alertando a la gente, se puede cambiar.