Artículo original de: El Debate
Por Antonio Bascones
Estamos en España en un punto de no retorno, en el que ni se avanza ni se retrocede en una suerte de incertidumbre que nos ha llevado a un estado de inmovilismo tanto en el Gobierno como en la sociedad. El presidente Sánchez demuestra un estado de aporía en todas sus actuaciones en que la contradicción es el pilar base de ellas. Ha llegado a una postura contradictoria en la que por la mañana dice blanco y por la tarde negro. Es la sabiduría de la contradicción en la que se desdice con la frialdad del que no sabe cómo responder a los problemas. Para él todo se centra en lo que fue primero, si el huevo o la gallina y, por eso, se inclina por actuar con una aporía impositiva, es decir, imponer su verdad y no la verdad absoluta. Para él esta última verdad es la suya, el absolutismo de lo banal, de lo efímero. «¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela», decían los versos de Antonio Machado.
Ante la imposibilidad de resolver algo, ha decidido que es su verdad la respuesta a ese problema. Y lo que es peor, ha contaminado a la Unión Europea y están también en un estado de letargo. Están aturdidos por lo que pasa en España y no saben reaccionar. Es una parálisis intelectual que quieren y no saben o no pueden. Ante esta situación prefieren sumirse en una abstracción, en un adormecimiento, pensando que los problemas se solucionan por lisis intelectual, es decir, un aflojamiento o debilitación del juicio lo que Andrés Trapiello, en la manifestación de Cibeles, decía que nos quiere volver locos. Y no le faltaba razón.
Gobernar un país de locos en el que los problemas reales sean sustituidos por las irrealidades del prócer, que alienta la discordancia del pensamiento de los súbditos, puede ser una buena solución para quien desea la destrucción total de la reflexión y enjuiciamiento de los distintos problemas que acucian a nuestra sociedad que deambula adormecida sin tener un rumbo fijo. Por eso este despertar de las últimas semanas ha sido como un manantial de verdades que fluyen en el ambiente pareciendo que estamos en un proceso de discurso personal, que ve como el basamento de la sociedad se estaba tambaleando y las fisuras prometían convertirse en grietas insolubles. Y el edificio de España se hunde.
Pero lo más triste del problema es que ha contaminado a una buena parte de la sociedad incluyendo a su partido en el que las premisas socialdemócratas han dado paso a las sanchistas en las que, solo la verdad del líder es la que impera y no existe otra solución nada más que la que él propugna. El PSOE ha desaparecido como tal y su pensamiento se ha convertido en una réplica del adalid, que dirige la operación, como si de una ingeniería social se tratase para imbuir la verdad del paladín que apacienta las huestes facilitando que nadie piense por sí mismo, que ninguno vea que la verdad no es nada más que la del guía espiritual de la secta.
Ante este hecho irrefutable no nos queda nada más que resistir o morir en un proceso de respuesta ante hechos incontrovertibles con los que nos encontramos cada día. La resistencia debe llevarse hasta las últimas consecuencias. No debe haber fisuras en ella. Una resistencia pacífica en la que impere la Verdad absoluta con mayúscula como preconizaba el poeta. Ante un problema hay una verdad y esto no lo cambia ningún cabecilla por muy carismático que sea, que obviamente no es el caso, pues la empatía no es precisamente una de sus virtudes. Su campechanía se deriva de encontrarse como un líder reconocido, aunque no querido por mucho que quiera serlo. Ese reconocimiento viene derivado del temor por un lado y de la ambición personal de los vasallos, por otro, unas veces por la necesidad del ego y otras por la carestía y parquedad de posibles, derivado de la penuria intelectual del súbdito que ve en el mandatario la solución a sus problemas. Esto deriva en una suerte de vasallaje, de sumisión, como decían hace poco algunos a las preguntas de cual iba a ser su futuro «yo, a lo que sea» «yo, a lo que me manden» «yo, donde me pongan» que recordaba esa frase de un ministro que decía «ministro, aunque sea de Marina». Los subordinados siempre están a disposición del jefe que sabe dónde los pone y cuándo los quita, según su verdad que es lo que le marca el camino. Dónde van a ir si dejan de ser asistidos por la mano de su conductor. Algunos, por no decir la mayoría, no tienen un currículo que les faculte para salir a la sociedad a debatirse. Con el amparo del partido se encuentran seguros y el jefe les lanza sistemáticamente el señuelo para tenerlos atados.
Por todo ello, lo único que le queda al pueblo es resistir, no un día, no una semana, no un mes, toda la vida si es necesario. Nuestra salud mental nos lo agradecerá.