Artículo original de: El Debate
Por: Manuel Sánchez Monge, obispo de Santander
La caída del muro de Berlín en 1989 hizo pensar que había caído el totalitarismo soviético. Creían que, finalizada la Guerra Fría, la democracia y el capitalismo florecerían en las naciones que antes estaban bajo el imperialismo soviético. Se llegó a pensar que nunca más el totalitarismo representaría una amenaza para la humanidad.
Efectivamente, se ha abandonado el liberalismo que se centraba en la defensa de los derechos del individuo. Y se le ha reemplazarlo por un credo progresista que considera la justicia en términos de grupos étnicos, sexuales y de otros tipos. Se piensa el bien y el mal como una cuestión de dinámica de poder entre los grupos. Una visión utópica mueve a tratar de reescribir la historia y reinventar el lenguaje para reflejar los ideales de justicia social. Pero, ¿y si realmente nos encontramos ante el denominado ‘totalitarismo blando’, que nos pasa desapercibido? Rod Dreher habla de él en su libro, Vivir sin mentiras Manual para la disidencia cristiana (Ediciones Encuentro, Madrid 2021)
El papa Benedicto XVI describía la sociedad en que vivimos como una «dictadura global de ideologías aparentemente humanistas». Se margina a los disidentes y adquiere forma material en los distintos gobiernos liberales, en las instituciones privadas, en las corporaciones, las universidades y, sobre todo, en los medios de comunicación. También va calando poco a poco en las prácticas de la vida cotidiana. Hoy día cuenta con instrumentos tecnológicos sin precedentes para vigilar la vida privada. Prácticamente no queda ningún lugar donde esconderse.
El viejo totalitarismo pretendía eliminar el cristianismo de raíz. El totalitarismo blando de nuevo cuño también. Pero las estrategias para llevarlo a cabo son más sutiles y es muy difícil resistir a su influjo cada vez más potente. Hoy un gran número de los nacidos después de 1980 rechazan la fe religiosa. Se opondrán a los cristianos cuando defendamos la familia, los roles masculino y femenino y la santidad de la vida humana, porque ni siquiera entenderán por qué deben tolerar la disensión fundada en creencias religiosas.
Alguien puede convertirse instantáneamente en sospechoso por expresar alguna opinión políticamente incorrecta o provocar a la muchedumbre progresista. Bajo el disfraz de «diversidad», «inclusión», «equidad», se crean poderosos mecanismos de control del pensamiento y del discurso y se margina a los que piensan de manera diversa.
El totalitarismo duro o blando se basa en una ideología hecha de mentiras. Su implantación y perduración depende del miedo que la gente tenga a desafiar esas mentiras. Hemos de ser lo suficientemente fuertes como para plantarle cara en público y decir lo que realmente pensamos. O al menos podemos negarnos a afirmar lo que no creemos. Quizás no podamos vencer el totalitarismo, pero podremos encontrar dentro de nosotros y en nuestra comunidad los medios para vivir revestidos con la dignidad de la verdad.
Por otra parte, el mecanismo para construir un régimen autocrático es siempre el mismo. En primer lugar, se deslegitiman posiciones contrarias y se las arrincona fuera del espacio público. Luego, se sataniza a las minorías, porque solo resulta aceptable un pensamiento determinado. A continuación, se cambia la legalidad constitucional, estableciendo una nueva al servicio del partido único. Así obraron los césares romanos que acabaron con las libertades de la vieja República y así actúan algunos dirigentes de nuestros días.