Artículo original de: El Debate

Se ha estrenado recientemente Vencer o morir, una película ambientada en el conflicto civil que se produjo en Francia entre católicos y republicanos durante el proceso revolucionario iniciado en 1789. Se trata de un tema ya tratado en nuestro periódico mediante un excelente artículo de Sarah Durwin.

El camino de la película en Francia no ha sido sencillo. Censura en los medios públicos, críticas sectarias desde el mundo académico y en general una torva y odiosa reacción de la izquierda francesa. Todo ello no ha impedido que más de 400.000 franceses hayan acudido a los cines a visionar este refrescante e históricamente acertado film.

Auguro que la situación en España no será muy diferente. A la previsible censura de la inmensa mayoría de los periódicos y radios se unirá el silencio de críticos y comentaristas. Y lo que es peor, se contará con la indiferencia de esa gran parte del pensamiento y el periodismo católico, que encuentra muy difícil afrontar cualquier asunto que moleste a la mentalidad dominante.

Porque está claro que el tema de La Vendeé escuece en el mundo progresista. Un ámbito cultural que ha digerido mal el que grandes historiadores como Pierre Chaunu hayan considerado que allí se produjo un terrible genocidio anticatólico. Un genocidio que no se detuvo ante niños, mujeres y ancianos. Un genocidio en el que participaron algunos de los más caracterizados dirigentes republicanos, como Fouché o Barras, luego ministros bajo Napoleón.

Pero el caso de la Vendeé no fue único entre las persecuciones y abusos contra el pueblo católico que realizaron los revolucionarios franceses y sus cómplices locales por toda la geografía europea. Unos abusos que han sido sistemáticamente ignorados.

La persecución católica en España

Concretamente España fue un poco otra Vendée a lo bestia. Y lo fue porque una de las principales motivaciones de los rebeldes españoles fue su adhesión al cristianismo. La historiografía liberal ha centrado sus interpretaciones en el carácter nacional de la sublevación. No faltó esa motivación, pero los patriotas españoles lucharon y murieron fundamentalmente «por el Rey y la Santa Religión». Grito paralelo al de «por Dios y por el Rey» de los vandeanos.

Tanto los republicanos como Napoleón fueron especialmente crueles en la represión de las sublevaciones populares de carácter católico. La ocupación francesa de Italia estuvo jalonada por continuas rebeliones de campesinos que rechazaban la brutalidad de los invasores, sus saqueos y sus sistemáticos abusos. Pero sobre todo las graves limitaciones impuestas por los ejércitos republicanos y sus cómplices jacobinos al libre ejercicio de la Religión, que en muchos momentos se convirtió en abierta persecución, pese a las proclamas engañosas sobre la libertad religiosa.

Las reiteradas sublevaciones fueron reprimidas con creciente violencia y finalmente ahogadas en sangre. Particular importancia tuvo la rebelión general del sur de Italia, especialmente en Calabria, después de la brutal represión de la rebeldía napolitana, que ocasionó entre 8.000 y 10.000 víctimas. O del saqueo de la ciudad de Amaltea, reducida a cenizas con el asesinato de la mitad de sus 5.000 habitantes en 1805.

Caudillos locales como Michele Pezza, el famoso Fra Diavolo, se convirtieron en una pesadilla para los franceses. Hasta el punto de que el general Girardon llegó a exclamar «Es absolutamente La Vendeé» en una de sus misivas solicitando refuerzos. En Italia el grito de los rebeldes fue «Viva María», lo que habla claramente de sus motivaciones.

Los gobiernos de José Bonaparte y Joaquín Murat, designados reyes de Nápoles por Napoleón, se cubrieron de oprobio en una represión que produjo incontables aldeas quemadas y arrasadas, civiles masacrados por miles, ejecuciones sumarias y violaciones masivas.

El general napoleónico Joaquín Murat

El caso del Tirol

Otro caso significativo fue el de Tirol. Arrebatado al imperio austriaco tras la derrota de Austerlitz, fue entregado al recién creado reino títere de Baviera. Se trataba de una región fuertemente católica que aceptó a regañadientes las limitaciones que el laicista gobierno franco-bávaro impuso a las prácticas religiosas que impregnaban la cultura tirolesa.

La situación hizo crisis en 1809, cuando se produjo una nueva guerra entre Austria y el Imperio Francés. El intento del gobierno de obligar a los jóvenes tiroleses a enrolarse en el ejército destinado a luchar contra Austria, produjo una masiva reacción popular. La sublevación se organizó en un verdadero ejército, encabezado por un posadero llamado Andreas Hofer que consiguió expulsar del Tirol a los ocupantes, aunque por poco tiempo.

La derrota de Austria en Wagram dejó solos a los rebeldes. Napoleón ordenó reprimir la sublevación a sangre y fuego. El valor de los tiroleses, que llegaron a vencer en varias batallas, no sirvió a la postre de nada pues las fuerzas que les atacaron fueron inmensamente superiores. Tras la derrota militar, los franco-bávaros hicieron una tremenda carnicería entre los derrotados. Andreas Hofer, traicionado y fusilado sin compasión, por orden directa del emperador francés, está considerado en Austria como un verdadero héroe nacional.

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