“Polonia aún no ha muerto mientras nosotros vivamos”. Así comienza el Himno Nacional Polaco, la Mazurca de Dombrowski. Fue compuesta tras la desaparición de Polonia como nación independiente tras los tres repartos de su territorio en 1772, 1793 y 1795 entre Rusia, Prusia y Austria.

Polonia nunca renunció a su independencia y, tras recobrarla al final de la Primera Guerra Mundial, la defendió con éxito en su guerra contra la Rusia Soviética (1919-1921). La victoria polaca en la batalla de Varsovia (Agosto de 1920) detuvo la que parecía imparable expansión del comunismo soviético hacia Europa occidental.

Tras ser invadida por Alemania el 1 de Septiembre de 1939, y por la Unión Soviética 16 días más tarde, Polonia nunca capituló, a pesar de que todo el país fue ocupado por los agresores. Una parte del ejército polaco pasó a Rumania, se trasladó a Francia e, incorporada al ejército francés, combatió contra Alemania en 1940 en Noruega y en el frente occidental.

 La Unión Soviética – que había asesinado en 1940 a más de 20.000 militares, intelectuales y dirigentes polacos en la masacre de Katyn – liberó tras la invasión alemana de 1941 a los prisioneros polacos supervivientes. Tan pronto pudieron recuperarse de las durísimas condiciones de su cautiverio, muchos de ellos se incorporaron al ejército británico de Oriente Medio. Combatieron en El Alamein, en Libia y en Italia, destacándose en la toma de Monte Cassino. Participaron en la Batalla de Inglaterra, en el desembarco en Normandía y en la operación aerotransportada Market-Garden sobre los puentes del Rhin.

En el interior de Polonia, donde nunca hubo un Gobierno colaboracionista con la Alemania nazi, se constituyó el llamado Estado Secreto – descrito por Jan Karski en su obra “Historia de un Estado clandestino” (El Acantilado, 2011) – con sus departamentos civiles, su parlamento, sus instituciones judiciales y educativas y su ejército, la Armia Krajowa. Una inmensa labor de resistencia al invasor que culminó en el levantamiento de Varsovia en Agosto de 1944, aplastado por los alemanes tras 63 días de combates, ante la pasividad del ejército soviético que estaba a 20 kilómetros de la capital de Polonia.

La contribución de Polonia al esfuerzo militar de los Aliados no fue adecuadamente reconocida tras la Segunda Guerra Mundial, en la que perecieron seis millones de sus habitantes, la mitad de ellos judíos.

Tras la caída del comunismo, Polonia ha seguido luchando por la dignidad humana. Fue uno de los pocos Estados del mundo que consiguió – en 1993, 1997 y 2021 – modificar la normativa anterior sobre el aborto para restringir los supuestos legales de su práctica. Las consecuencias han sido una gran disminución en el número de abortos, una reducción en los fallecimientos por embarazo, parto y post-parto, en los embarazos en las jóvenes, en la mortalidad de los neonatos y en los abortos espontáneos; además de un retroceso constante del infanticidio y de una caída en la aceptación social del aborto. Esta política en defensa del derecho a la vida ha generado una gran hostilidad hacia Polonia entre los partidarios de la ideología de género en Europa.

Ahora, ante la agresión de Putin a Ucrania, Polonia y su Gobierno están dando un ejemplo de solidaridad y de generosidad incomparables hacia los refugiados ucranianos que por decenas de miles llegan a su frontera, agotados, hambrientos, desorientados y enfermos.

Los europeos deben reflexionar. No hay una Polonia buena, la que acoge con brazos abiertos a los refugiados ucranianos, y una Polonia mala, la que se niega a plegarse a los dictados de la ideología de género al defender la vida humana frente al aborto. Sólo hay una Polonia ejemplar que, una vez más, hace honor a su historia defendiendo la dignidad humana y protegiendo a los más vulnerables.

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